¡¡Hola tributos!!
Lo prometido es deuda, y tengo mucho que estudiar así que aquí os dejo el relato de Celia Fesbak, ganadora del Concurso de Relatos. Ya sé que sois gente ocupada y que no os queréis para a leer el relato de otra persona, pero ella le ha dedicado tiempo, le ha quedado muy muy bien y se merece un poquito de vuestra atención. Os prometo que no os decepcionará, tanto la originalidad del tema como la fantástica redacción os cautivarán y os mantendrán pegados a la pantalla. Si sois valientes y pasáis de este párrafo... ¡Espero que lo disfrutéis tanto como nosotras!
"La verdad del cantar"
De siglo en siglo,
por todos fue conocido,
el famoso Cantar
de Rodrigo Díaz de Vivar.
Pero, ¿y si os digo,
y juro que no finjo,
que a mí ha sido contado
cómo fue originado?
La noche, fría y oscura, se cernía sobre todos los rincones de la
plazoleta. La muchedumbre se amontonaba en círculo alrededor de la melodía
engendrada por la unión del laúd y los rápidos dedos expertos del juglar. Ni la
más mínima voz se alzaba por encima de la música; nadie osaba cometer tal falta
de respeto ante aquel enorme y apreciado arte. Sobre todo al tratarse de
aquella historia.
En el centro de la plaza, se distinguían dos figuras, las cuales eran
miradas con una chispa de devoción e incluso con admiración divina. Se trataba
de dos hombres. El primero de ellos, en edad madura, espalda ancha y una altura
bastante superior a la que entraba dentro de los márgenes de normalidad,
jugueteaba con el instrumento, produciendo la melodía que nadie vilipendiaba.
El otro, su sobrino, que no llegaba a la veintena de años vividos, se erguía a
su lado, con su porte casi infantil pero orgulloso, coreando a su tío con una
pequeña arpa y aprendiendo de él. Ambos llevaban ropajes algo pomposos para
entrar en la vistosidad, pero sin destacar demasiado: una camisa, ataviada con
una chaqueta abotonada de colores; pantalones abombados, calzas desgastadas y
un gorro bastante característico engalanado con una pluma de color verde.
—Entonces, el Cid, que en bendita hora
ciñó espada, observó al león. Éste, al sentirse amenazado, retrocedió ante tal
poderosa mirada, encogiéndose como un inofensivo felino acobardado, con el rabo
entre las piernas. Cuando el Campeador llevó la mano a la empuñadura de su
espada, el león corrió, lejos, huyendo totalmente asustado hacia el lugar del
cual había salido.
>>¡Oh, el grandioso Cid,
que en glorioso día fue nacido, consiguió ahuyentar al potente y amenazante
animal con tan solo su impetuosa mirada! ¡Quién sino podría haber hecho tal
hazaña, digna del más fuerte de los guerreros, el más leal de los fieles y el
más fuerte de los feroces!
El hombre hizo una pausa
dramática, contemplando los rostros de los presentes, atentos a cada una de sus
expresiones. Sonrió. A todos les encantaba esa historia desde que surgieron los
rumores. Y benditos aquellos rumores.
Mientras él rasgaba con cuidado
las cuerdas del laúd, su sobrino, aprovechándose de la belleza joven que
portaba, recaudaba las limosnas de los oyentes; ya fueran monedas, objetos o
alimentos en decente estado. Cuando abrió la boca para seguir narrando, una voz
impertinente se alzó por encima de la suya.
—Disculpad...—se trataba de una niña pequeña, algo asustada. La gente a
su alrededor la miró, haciendo que se sintiera intimidada. Su cabello dorado
que caía sobre aquellos ojos púrpuras brillaba con luz propia. Con voz
temblorosa, se dirigió al experto juglar—He oído... cosas... creo que vos
sabéis de qué hablo... ¿son ciertas?
El cantor escondió su faz tras
el instrumento que manipulaba unos segundos, lo suficiente para poder ocultar
la risa que fue incapaz de aguantar. A su sobrino le pasó exactamente lo mismo,
pero lo supo disimular como una sonrisa amable. Se acercó a la inocente niña,
con pasos estables y lentos. Aproximó sus labios a la cara de la pequeña, para
lo cual se tuvo que agachar.
La muchacha reculó, intimidada.
Sentía el cálido aliento del músico a su vera, algo que le estremecía y
agradaba a partes iguales.
—Tan cierto como que la noche es oscura y
Dios nos protege y nos cuida.
La pobre inocente dio un paso
hacia atrás tropezándose con su propia capa, como un cachorro ante un peligro
incontrolable. Con cara de pánico, se envolvió en la muchedumbre y se perdió en
la oscuridad. No podían ser ciertas... Hacía noches que escuchaba esos cuentos,
y no podía dormir. Antes de acostarse siempre dejaba una vela encendida en su
mesita de noche, por miedo y precaución. Su madre le solía decir que no, que
seguramente era una mentira, pero incluso a ella le costaba conciliar el sueño.
—¿Y qué sabéis acerca de los rumores?—quiso saber un hombre fornido, que se
situaba a la izquierda del juglar. Su mirada era seria y firme, con una
curiosidad increíblemente marcada. Interesante hombre.
—Todo lo que un viejo contador de
historias debe y puede saber—sonrió.
—¿Y eso cuánto es?
—¿Desde cuándo la cantidad de información
es mensurable?—hizo un movimiento brusco, para
cautivar la emoción de los reunidos. No quería que su adrenalina descendiese
bajo ningún concepto.
El hombre emitió un sonido
gutural que parecía más animal que humano.
—¿Y qué nos podéis decir sobre ese cuento
para doncellas asustadizas?—preguntó.
—¡Oh, señor, no malinterpretéis las
palabras de las calles! Es tan real como vos y como yo.
—Claro, ¿y qué más? Son simples rumores—miró a los dos juglares, desafiante y
condescendiente. Para él sólo eran cuentacuentos. ¿Quién eran para venderle una
historia, a él, el maestro del gremio de herrería? ¡Cuán osado sería pretender
que creyera sus palabras cual mito divino!
—Yo no me atrevería a decir eso. Todo el
pueblo tiembla al oír hablar de la historia.
—Ya no es sólo al pueblo...—saltó una señora que abrazaba a sus
hijos—Gente de los alrededores también
han oído hablar de los rumores. Y los temen.
Un nuevo silencio inundó la
plaza. Lo único que se podía escuchar eran las respiraciones agitadas de
algunas personas, y unos pocos susurros que no eran capaces de alzarse por
encima del misterio y el sosiego.
El maduro y curtido juglar
realizó un grandilocuente movimiento con sus brazos, dio un pequeño salto para
llamar la atención de los que aún seguían despistados y sus dedos comenzaron a
bailar de nuevo sobre las cuerdas del pequeño laúd. Cogió aire, como si fuese a
empezar a hablar, pero cerró la boca y siguió tocando, logrando un suspiro de
exasperación por parte de los presentes.
El joven aprendiz rio. Aquello
era muy típico de su tío. No entendía cómo todos seguían cayendo en el mismo
engaño.
Tras haber cautivado la atención
del asustadizo público, comenzó a recitar el cantar que tantas y tantas veces
había ya pronunciado. No obstante, nunca se cansaba.
—Cuando la noche se cierra, cuando la
luna se alza y el sol se esconde, el silencio reina en todas las calles. Ni un
ánima se escucha. Ni un ápice de vida se abre paso entre las sombras. Ningún
corazón latente pisa la calzada.
>>Y nunca lo podría haber
dicho mejor: pues el protagonista de aquesta historia que por todos los oídos
ha pasado, no se trata un ser con vida.
La muchedumbre emitió una
exclamación ahogada. ¡Qué espanto ¡Qué terror! ¡Castigo divino por sus pecados!
¡Oh, Señor, que siete siglos después de que tu hijo dejara de caminar sobre la
Tierra aún guardas venganza!
El mismo hombre de antes, el
herrero, suspiró con exasperación y sátira. Pero por todos pasó desapercibido
el leve arqueo de su espalda al ser recorrida por un escalofrío.
El juglar, adivinando el efecto
de sus palabras, no dudó en seguir cantando.
—¡Oh, el gran justiciero! ¡Se desplaza
tan rápido como el viento! ¡Tan silencioso como un pestañeo! ¡Tan certero como
una fecha! ¡Tan frío como el hielo! ¡Tan bravo como el fuego! ¡Y tan valiente
como la más potente de las fieras! Viaja en pos de los malhechores, de los
ladrones, de los infieles y de los pecadores. Se acerca por sus espaldas. Firme
y certeramente. No tiene ninguna clase de prisa. Pues nadie ha sido ni es capaz
de escapar de su destino. Cuando tiene a sus víctimas a punto de mira,
desenvaina ambas espadas, tan letales como en sus más grandes hazañas, y...
El cantor hizo un
malintencionado movimiento con los dedos y provocó un sonido desagradablemente
agudo que hizo protestar a cada uno de los oyentes.
—Les arrebata la vida sin miramientos, de
la misma manera que ellos no tuvieron miramientos con las personas a las que
infringieron. Tras ello, hace que los cuerpos desaparezcan, enviándolos al
lugar donde merecen permanecer. ¿Quién sabe si se trata de un justiciero
enviado por el Señor? No obstante, lo único que podemos deducir, es que
alguien, un poderoso ser, decidió enviar el espíritu de El Cid, que en bendita
hora ciñó espada, para liberar a los fieles y personas de bellas intenciones de
los injustos y abusadores.
>>Así que, ¡no seáis
descuidados! ¡Vos, que aún estáis vivos! ¡No erréis! ¡Actuad con cautela! Pues,
El Grandioso Cid, vengador de estas tierras, pese a que su lugar de nacimiento
se halle lejos del suelo que pisamos, está al acecho. Y no tiene piedad con los
que no la tuvieron con otros.
La muchedumbre calló, asustada.
Incluso el hombre que antes osaba abrir la boca mantuvo la boca cerrada,
probablemente pensando en todos los malos actos que tenía que remendar para
mantener su alma con vida.
La melodía del laúd cesó, y los
dos juglares se marcharon, siendo los únicos que mantenían la cabeza en alto y
una sonrisa en los labios.
~*~
—Querido sobrino, ¿sois capaz de ver qué
es lo que os enseña vuestro amado tío?
—¡Obviamente que sí!—sonrió pícaro—¡Cuanta más gente puedas
engañar, más fortuna ganarás!
No pudieron evitar reír con
ganas y con fuerzas. Sinceramente, hacía días que cuando llegaban a casa
estaban así de felices; todo les iba bien.
—¿Sabéis cómo mejoraría esta noche?—preguntó el joven.
—¿Cómo?
—Con una buena botella de vino y quizá
con mejor compañía—estalló en una carcajada, que
fue seguida de la de su familiar.
—Quizá vos, mi querido, que sangre joven
hierve en vuestras venas. Pero no me hallo en circunstancias de ir de jolgorio
a estas horas, y mucho de menos de encandilar a alguna jovencita—una sonrisa con cierta pena se esbozó en
su rostro.
—Entonces abandonamos el plan y
lo dejamos en abrir una de las botellas que tenemos en casa—rodeó los hombros
del maduro juglar con su brazo izquierdo, en señal amistosa.
Ambos caminaron alegremente
hacia el caserón que les pertenecía, a las afueras del pueblo. Los dos vivían
allí, saliendo de vez en cuando por los alrededores para contar sus historias y
ganarse la vida. Además, tenían un pequeño huerto que cultivaban con esmero. Y
que, gracias a su productiva idea, ahora volvía a estar repleto.
—Menos mal que se nos ocurrió...
si no a ver qué comeríamos
—Ciertamente tenéis razón—hizo
una pequeña pausa—En adición, esto nos ha venido mejor de lo que pensábamos.
—Sin ninguna duda. Quién iba a
pensar que el nombre de El Cid fuera a causar tanta curiosidad.
Ambos sonrieron y entraron en su
casa, totalmente despreocupados, recordando cómo comenzó toda la historia.
Unos meses atrás, unos vándalos
probablemente hambrientos, empezaron a robarles comida de los cultivos. Al
principio era algo inocente, cosa que no significaba que les fuera indiferente,
pero todo empezó a empeorar según el paso de las semanas.
Cuando tío y sobrino comenzaron
a pasar hambre, se desesperaron. Y buscaron de varias maneras cómo librarse de
los ladrones. Incluso un par de veces les descubrieron, pero los saqueadores
fueron más rápido y escaparon. Así que, al joven aprendiz, se le ocurrió una
maravillosa idea: inventarse un rumor aprovechando su posición.
Y así hicieron: crearon de la
nada una adornada historia de un fantasma vengador que mataba a los ladrones,
bajo el nombre de El Cid. Pues, poca gente sabía la historia real de dicho
hombre, pero el nombre iba de boca en boca como una leyenda. Y se aprovecharon
de ello.
Más tarde, cuando el rumor causó
efecto y los robos cesaron (algo de lo que se sintieron tremendamente
orgullosos), todos se hicieron la pregunta esperada: ¿quién es El Cid? Ellos eran conocedores de la historia real, por
un familiar lejano. Así que, sin creerse la suerte que tenían, comenzaron a
cantar el relato que ellos sabían. No obstante, adornaron y alargaron la
historia, obviamente para su bien. Pues, cuanto más extensa fuera, más ganarían
con ella. Y, además, cuanto más atusadas y engrandecidas fueran las hazañas de
Rodrigo Díaz de Vivar, más temor causarían. Y menos delincuencia habría,
dejándoles totalmente a salvo de hurtos.
Un plan perfecto.
Así fue cómo,
pese a que no fue pretendido ni por asomo,
de un simple rumor para ahuyentar.
surgió una historia que por siglos se iba a recordar.
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La verdad es que a nosotras nos asustó un poco el título, pero el relato es increíble y para nada aburrido como una clase de historia ;) Si os ha gustado pasaos por su blog que es chiquitito pero que merece muchísimo la pena!!
¿Qué os ha parecido el relato? Contadnos ^^
Un relato muy bonito.
ResponderEliminarUn beso ^_^
¡Muchas gracias! *-* Me siento orgullosa ajafhsfhsfass *///////*
ResponderEliminarSois un cielo
Me ha encantado! Esta genial
ResponderEliminarPor cierto, os he nominado al Premio Dardos >//< http://lasalasdetinta.blogspot.com.es/2014/11/ganadora-del-concurso-y-premios-dardos.html
ResponderEliminarBesos ^^